Hay tiempos vacíos… de todo o de nada.
Hay pausas eternas y desoladas.
Hay espacios: blancos, negros y algunos grises.
Hay días, noches, inviernos, meses y años.
Y hay una época; siempre una temporada en la que nada -nada de nada- es suficiente (nothing is enough): Suficiente para luchar, para creer, para mantenerme de pie en la línea total de la vida y la constante respiración.
Juego sucio, tengo cartas de más y a veces de menos. Hago trampas y creo que gano, pero en verdad es un fiasco, todo ha sido una completa estafa a mí misma.
Me digo que no pasa nada, que va todo como deber ir, que el destino es así: predeterminado y constante, que no se equivoca en darme las cosas que me da. Pero después uso mi capacidad y me doy cuenta del engaño: No hay destino cuando no nos queremos hacer uno… y yo, definitivamente no me estoy construyendo uno, sólo estoy tratando de respirar y contándome a mí misma una historia de cuan perfecto y estable esta todo.
ERROR.
El destino no existe (no para mí); lo que sea que mueva todo eso que va a mí alrededor es, porque el mundo no se detiene para que pueda o no explicar cómo no haciendo nada, sucedan acontecimientos de una forma u otra. El punto es simple: estoy en un tiempo muerto, asesinado por mi misma para ser exactos. Tiempo infértil, desechable, odiable y por supuesto –como es la ley de mi vida- absolutamente no reembolsable.
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